miércoles, 22 de enero de 2014

MI PRIMER DÍA EN LA ESCUELA

       Cuando tenía yo 3 años, mi madre me mandó a la cama temprano, la noche del 21 de septiembre del año 2004. Yo ya sabía algo de eso, que una noche te acuestan rápido y...¡Bang!, al día siguiente te llevan a ese edificio de ladrillos rojos que hay calle arriba. Había pasado por delante cientos de veces. En una ocasión, me quedé mirando para la pancarta de la entrada intentando descifrarla. Pero como no sabía leer, no me enteré.
A fin de cuentas, que mi madre me desenganchó del sofá y me tumbó a la fuerza en mi cama.
            -Tú, calma-me dijo-. ¡Mañana te lo pasarás chupi!
Debí de empezar a llorar, a gritar y a patalear, pero al final me dormí. Y soñé que el edificio de ladrillos me tragaba. Qué mal rollo…
Cuando me desperté, mi madre me enfundó en mi mejor vestido; uno rojo de lana que picaba, y me metió mis Kickers a presión en los pies. Me metió en el baño y empezó a tirarme de los tirabuzones pelirrojos con un peine.
-Hay que ponerte guapa.
Mi cerebro estaba embotado, así que le respondí:
           -Agggggggggggg-o algo por el estilo.
         Yo sigo pensando que me peinó de más, porque al año, mis rizos se alisaron y dejaron en su logar mi lisito pelo rojo.
        Llegamos al colegio. Por lo menos, no era la única. Había niños corriendo de un lado para otro. Algunos estaban agarrados a las rodillas de sus padres, que les acariciaban el pelo y les susurraban. ¿Yo? Yo estaba flipada mirando los dibujos de las ventanas. Cuando mi madre se agachó para darme un beso, me solté de mi madre y me metí en la clase sin problemas.
         La mayoría de mis compañeros de clase se conocían de la guardería, así que me sentía rara. Nuestra profesora se llamaba Mercedes, un nombre que no sabía pronunciar muy bien. Era morena, con unos tirabuzones como los míos, pero más cortos. Tenía unos bonitos ojos azules y una sonrisa impecable. Nos fue sentando por orden de lista en mesas de 4. A cada uno nos dio una bolsa con un mandilón rojo dentro. Tenía bordado un cangurito y nuestro nombre.
      Después de unos 20 minutos colocándonoslos, nos mandó presentarnos. Yo era de las primeras y me tocó salir pronto. El mandilón me quedaba grande y los zapatos, pequeños. Así que (cómo no) me tropecé al ir hacia la pizarra y quedé como un tonta. Pero nadie e rió. Es más, me ayudaron mucho. Para que veáis lo que cambia la gente con el paso del tiempo.
       Al salir, me puse muy nerviosa, pero luego decidí hablar como siempre, y me salió muy natural. Ese día, también conocí a otros niños, como Alba o Elena. Sí, he dicho Alba. En mi clase éramos 3 Albas contándome a mí. Y, por si no fuera poco, uno tenía mi mismo apellido. Es decir, que éramos Alba García Sánchez y Alba García Vega. Ella se quedó con Alba a secas. Y a mí me llamaron Alba Vega. Y así me quedé: Alba Vega, Alba Vega… Pues oye, no suena tan mal.
        Después del recreo, los profes decidieron que fuésemos al baño solitos (¡qué gran paso, de ahí, a la presidencia!) Cuando llegó mi turno, me puse nerviosa. Y en vez de abrir la puerta del baño, abrí el de la despensa. Y en esa puerta estaban apoyadas unas fregonas. Ah, y el conserje. Y se cayeron las fregonas. Y el conserje. Y éste, bueno, acabó con la fregona del váter en la boca. Puaj. Me eché a llorar, pero no me castigaron. La profe me limpió los mocos y me dijo que me sentase mientras ella ayudaba al conserje con la fregona.
       Sí, unos grandes recuerdos de mi primer día escolar.

Alba García Vega.    1º ESO A



      Cuando tenía dos años, empecé a la guardería, que, desafortunadamente, también fue el día que murió mi abuela materna. Según me han contado mis padres, ese día me quedé en una esquina mirando la puerta de salida hasta que me recogió una amiga de mis padres porque ellos estaban en el tanatorio. Después de un tiempo, ya iba muy contento a la guardería. Mis profesoras eran Mónica, Eva y Almudena. Con ellas también estuve en los veranos cuando había vacaciones en el colegio y mis padres trabajaban. Yo a la guardería la llamaba “el colegio de los pequeños”.
     Con tres años empecé al colegio. Estaba muy contento porque quería ir al colegio donde iba mi hermana, pero cuando llegamos allí tuve que ir al otro edificio y me disgusté un poco. Cuando entré en mi clase, me puse más contento porque había muchos niños y la profesora era muy buena con nosotros. Se llama Inmaculada y lo único que recuerdo de ella, aunque en cursos superiores también la veía, era que fue el mejor curso de mi vida.
      Uno de los primeros días, llevaba unas medias con unos pompones. Cuando me senté en la silla, una cuerda del pompón se me quedó enganchada en un barrote. Yo no me moví de la silla hasta el recreo, que Inmaculada vio que no me ponía en la fila y fue a ver qué me pasaba. Me desenganchó de la silla y así pude salir al recreo; desde ese día nunca más quise llevar medias al colegio.
     He ido con mis compañeros desde tres años hasta sexto aunque se han ido dos niños porque se tuvieron que mudar. Mi mejor amigo en el recreo de tres años era Diego Otero, aunque en el recreo estábamos todos los de nuestra clase juntos.

Julio Rodilla Hernández    1º ESO A



De pequeño, fui a la guardería del ´´San Fernando``. Allí, nos enseñaron muchas cosas; a mí, a doblar calcetines, se que suena un poco raro: pero, cuando tu madre te diga que le ayudes a doblar ropa, puedes ser muy efectivo.
Otra cosa que recuerdo es cuando la maestra nos enseñó que, al toser y al bostezar, se tenía que poner la mano delante, como rasgo de educación.
También hacíamos muchos juegos, como por ejemplo dibujar camisetas, contar hasta 10 y, siempre, la profe nos daba muchos premios.
Aprendí mis primeras palabras de inglés, nos enseñaron a colocar la mesa, claro que a mí eso se me daba fatal porque, incluso hoy en día, casi no sé  cómo colocar ordenadamente un vaso.  También nos decían que era muy bueno comer mucha fruta para la salud.
     No recuerdo muy bien, pero solíamos jugar en un patio muy grande y algunos viernes la profesora nos mandaba llevar bañadores para jugar y patalear en una piscina que sacaban. 

Ramón Peón Fernández    1º ESO A



Cuando tenía  tres años dejé de ir a la guardería  para ir a la escuela. A mí no me importaba ir al colegio  ya que iba a estar en el mismo centro que mi hermana. El  colegio al que fui es el Colegio Público  Sabugo. Era un pequeño y acogedor,  ya que es muy familiar.


El primer día ya me hice amigo de todos mis compañeros  y nuestra profesora, Paquita, era muy amable. Las clases eran muy divertidas, porque solo dibujábamos y veíamos películas de vez en cuando. En los recreos, todos nos peleábamos por la cocinita o por meternos en una casita pequeña de plástico.


En clase éramos 24, pero al acabar infantil únicamente quedábamos 17 niños.  Y a mí eso me daba pena. Ahora echo de menos esos años.

Alfonso Menéndez Fernández    1º ESO D


     Mi primer día de colegio fue horroroso. Eran un montón de niños llorando y yo asustada y abrazando la pierna de mi padre, había tantas personas que me asustaba.
Cuando ya era hora de entrar a la guardería, no quería, me quería ir con mis padres, pero por muchas lloreras que hiciera, no me salí con la mía.  Entré a la clase y era enorme, llena de juguetes, mesas, un cuartito para pintar... Había muchos niños y yo era la apartada de la clase porque era muy tímida, pero a la vez sociable…,o eso me decían.
Después de un rato me junté con una niña y empezamos a hablar de tonterías. Cuando tocó el timbre para el recreo, cogimos un minitriciclo que había en la clase, íbamos por toda la guardería con él, hasta que nos caímos y nos dimos en toda la boca, y cuando nos vio un profesor, se asustó, porque estábamos sangrando, habíamos chocado contra una mesa. Nos llevaron al médico de  la guardería. 
Cuando salimos, ya había tocado el timbre, fuimos a la clase y empezamos a jugar con el pegamento, y no sabíamos lo que era… Entonces nos lo comimos. Y fuimos ella, el profesor y yo, y el pegamento en las manos y en la boca, otra vez a la enfermería.
Los profesores alucinaban con nosotras, porque solo sabíamos buscar líos, pero nos lo pasamos genial. Hasta que llegó un niño y nos empezó a tirar bolas de papel, y nosotras cogimos las tijeras, nos levantamos y le cortamos el pelo, y nos echaron la bronca. Pero bueno, eso no importa… Lo que importa es que nos lo pasamos superbién, y más cortándole el pelo a un chiquillo. Y aquí termino.

Yomira Puente Fonseca   1º ESO D












sábado, 28 de diciembre de 2013

YO CUENTO, TÚ LEES...



MI PRIMER DÍA EN LA ESCUELA

Tengo solo un vago recuerdo de mi primer día en la escuela. Yo iba al C.P. Quirinal, en Avilés. Cuando empecé, tenía tres años e iba al grupo A, "Los Caracoles" (por aquella época). Mi profesora se llamaba Covadonga y era muy buena. Con ella aprendimos muchas cosas.

Ese día me costó levantarme de la cama. No había pegado ojo en toda la noche porque estaba muy nerviosa. Cuando estaba desayunando, me tuvo que venir, en ese preciso momento, el recuerdo de haber estado vomitando por la noche. Más que un motivo, fue un pretexto para no tomarme el Cola-Cao que me había preparado mi padre.

Sin el desayuno en el estómago y con los nervios encima, me marché andando hacia el colegio. Me acompañaban mis padres, puesto que yo era muy pequeña para ir sola al colegio. Cuando llegué, había un montón de caras nuevas, pero también alguna conocida: allí estaba Sara Cuetos (con la que siempre había jugado en el parque), que iba a un curso superior, y Laura (con la que sólo había jugado el día anterior), a la que mis padres conocían mejor que yo; y muchas otras personas de las que, probablemente, ya ni me acuerdo.

Cuando entré, estaba tranquila, yo no tenía ni idea de que, en cuanto pusiera un pie en primaria, odiaría a muerte aquellas libretas o cuadernillos en los que hacíamos actividades, aquellos lápices y pinturas… Resumiendo, que no sabía lo que me esperaba.

Siempre pienso que, el primer día de “cole”, los “profes” intentan dar la mejor impresión posible de la escuela a sus pupilos. Como siempre somos novatos el primer día de curso, nosotros nos lo tragamos y pensamos que el colegio es el mejor lugar del mundo. Cuando llevas nueve años pasando por los mismos pasillos, en las mismas clases, con los mismos profesores y las mismas asignaturas, ya te cansas. Esto es lo que habría que decirles a los niños de tres años en su primer día de escuela.

En mi clase había muchas cosas: sillas, mesas, colores, lápices, juguetes, murales… Pero lo mejor era el recreo. Yo imaginaba el recreo como un mundo paradisíaco en el que podría ser desde Cenicienta, hasta uno de esos Transformers® que tanto les gustaban a algunos. Pero cuando salí al patio por primera vez, no fue como yo pensaba. Todos se conocían de antes y yo sólo tenía dos amigas (una de ellas en otra zona y la otra en su grupito). Tenía que hacer algo. Con toda la espontaneidad que me cabía en el corazón, empecé a hacer “migas” con algunos/as niños/as que parecían majos/as. Si algún niño superdotado de tres años consigue leer esto antes de empezar al colegio, que nunca haga lo que yo hice. La historia de tu primer día termina con un chichón en la frente, una mancha en la camiseta y una riña de tu madre por hacerle caso a la gente. No lo recomiendo ni al más pintado.

Después de todo, mi primer día de colegio fue bastante bien, aunque no mejor que el último.

Iria Viña Suárez    1º ESO B


Mi Escaparate Preferido

        Este capítulo va destinado a mi infancia porque mi escaparate favorito me empezó a gustar con cinco años.
             Sería una tarde de diciembre, iba con mis padres de la mano a coger un folleto para pedir el regalo a los Reyes. Cuando llegué a la juguetería, el folleto no me interesó, lo que me interesó de verdad era todo el escaparate lleno de juguetes; había: muñecas, coches, disfraces, peluches…
             A la hora de entrar, me parecía todo como un cuento o un sueño hecho realidad, que un niño que apenas sabe qué es un número o unas letra sabe qué son los juguetes; sobre todo, recuerdo que a la hora que la señora enseñaba algo a mis padres, yo, al instante, lo cogía porque me lo quería llevar todo para mi casa.
             Cuando nos marchamos, yo me pegué una llorera, normal, si tú entras a un sitio que te parece espectacular, ¿tú querrías salir?;  ya respondo por vosotros: ¡NO!
             Abrimos la puerta y, nada más salir, me pegué un susto. Os preguntaréis por qué. Vi a un payaso y me acerqué a él, se puso a cantar, hablar y a darme miedo; otra llorera más, me asusté.
             A pesar de todas las lloreras que me pegué en el primer día, era mi escaparate favorito y siempre lo será, aunque algunas personas piensen que soy un infantil, no es solo por los juguetes, también es por los recuerdos que lleva una persona en un lugar entrañable, y el mío es la Juguetería Majafrán. 

Diego Otero Fernández    1º ESO D



MI ESCAPARATE  FAVORITO

La verdad que, cuando era pequeña, mi escaparate favorito era el de Imaginrarium, una juguetería que me encantaba. No sé si era por las luces de colores que adornaban sus puertas, o por los juguetes, o quizás por el diseño tan bonito de sus puertas (que constaba de  una pequeñita y otra más grande). Me encantaba todo lo que vendían allí; desde las muñecas y las ‘’cocinitas`` hasta los utensilios de la playa. Absolutamente todo me encantaba, y siempre me encaprichaba de algo. No hablemos del escaparate ¡que era todo un espectáculo! Y ya en Navidad.. ¡Podía pasarme horas y horas allí mirando a sus arbolitos de Navidad o a sus copitos de polispan que hacían de nieve! Os contaré una anécdota:
Esta tienda está justo enfrente de una tienda de ropa, entonces mi madre, para que fuera a comprar a la tienda, siempre me decía que íbamos a Imaginarium y acababa comprándome algo en esta tienda.
Si vas a buscar  los juguetes que tenía de cuando era pequeña, encontraréis más que nada de esta tienda. Y estos son las razones por las cuales Imaginarium es mi escaparate favorito.

Sofía Carreño García   1º ESO D



MI PRIMER DÍA EN LA ESCUELA

Mi primer día en la escuela fue muy feliz para mí, no por ir al colegio, sino porque iba a ser mayor como mi hermana.
Justo antes de entrar me puse a llorar y a decir que no quería ir al cole, pero la profesora, llamada Olga, me dio la mano y me llevó a la clase con otros cuatro niños.
Durante el mes de septiembre, nos fuimos conociendo todos los compañeros poco a poco, en total al final del mes éramos veintiuno.
En el recreo fui a buscar a mi hermana para que conociera a todas mis amigas.
Lo que hicimos el primer día en el colegio fue hacer dibujos para, cuando saliéramos, dárselos a nuestros padres.
Cuando salí del colegio por primera vez, salí contenta por ver a mis padres, pero a la vez triste porque me había dejado un vaso con mi nombre en clase, pero a mí no me gustaba la idea. 

Paula Granda G.   1º ESO D



MI PRIMER DÍA EN LA ESCUELA
Era un día nublado, me acuerdo de que había muchos niños y niñas llorando como yo, con mandilones rojos, verdes y azules. Me hice amiga de una niña llamada Alba, y su madre y la mía también se hicieron amigas.
Nos empezaron a llamar las profesoras y nos dividieron en tres clases. La de los ositos, la de los pollitos y la de las abejas. Unos cuantos llevaban la misma mascota que yo, un oso llamado Pepón.
Cuando entramos en clase, vimos mesas de los colores: rojo, amarillo, verde y azul. A mí me mandaron sentarme en la mesa verde con Alba, Laura, Rubén, Miguel y Diego. Nos hicimos amigos y nos hacíamos preguntas. Fueron y son muy buenos amigos, aunque ahora vayamos al instituto y no coincidamos en las clases. 
En ese instante, la profesora se presentó, se llamaba Inmaculada. Nos pasó un folio a cada uno para dibujar, y yo pinté a mi pony de juguete. Mientras, me fijé que en la mesa de al lado, la amarilla, estaba mi vecina Claudia. Yo estaba muy contenta porque había hecho amigos.
Llegó e momento de salir a jugar al patio, y yo en vez de quedarme con Alba, me fui a un rincón a jugar con mi pony. De repente, una niña me empezó a tirar del pelo y yo no paraba de gritar y llorar del dolor. Más tarde, unas niñas de la clase de al lado me querían tirar el pony por una alcantarilla, pero me harté de ellas y las arañé a todas. Pasados dos minutos, vi a un niño de mi clase ir mordiendo al que se le cruzara en el camino, entonces no me callé y le dije:
-¿Por qué le muerdes?-le pregunté.
-¿Y a ti qué te importa?
Y, cómo no, me llevé un mordisco en toda la cara.
Cuando terminó el recreo, entré en la clase y todos me preguntaron qué me había pasado, excepto la profesora, que no se dio cuenta hasta el final. Mi madre le preguntó que quién me había mordido, Inmaculada dijo que nadie. Después me miró a la cara y se asustó. Yo me fui corriendo a buscar a Alba pero ya se había marchado.
Mientras iba con mi madre a casa, le conté lo que me había pasado en el recreo, pero, antes de eso, le dije que un niño llamado Nacho estaba jugando con la cocinita de juguete que había en clase y las luces no funcionaban, entonces cuando vio al conserje, Rogelio, le dijo que si podría arreglarlas.
Aquí acaba el capítulo de mi primer día en la escuela y empiezo con el de… “Mi escaparate favorito”.
Eva Villegas Sánchez     1º ESO D



MI PRIMER DÍA EN PARVULITOS

No recuerdo muy bien cómo fue parvulitos, tengo un par de recuerdos sueltos, pero nada más.
Recuerdo a mi profesora, Covadonga, que era muy buena y, por eso, hubiera deseado que me hubiera dado en otros cursos, pero, al igual que la clase de los caracoles, que era mi clase, se fue. Con ella cogimos una afición a los insectos bola y al eucalipto, que, por cierto, ya no existe.
Como no recuerdo mucho, he preguntado a mi madre y me ha dicho que no lloré, a diferencia de muchos otros, esa es la causa de que mi profesora le dijera a mi madre que yo era como el sol que entraba por la ventana.
De lo que más me acuerdo es de los juegos en los árboles y los amigos tan importantes que hice:
Julia, Iria, Amanda, Álvaro y Hugo.
En el primer día allí, fue la primera vez que llevé mi mandilón a cuadros rojos y blancos.
Cuando entré en el aula, vi las mesas donde pegaríamos una foto, un papel con mi nombre y dejaríamos un bote con lápices y colores, según el niño que se sentara. Una cosa que nos llamó la atención fue el tren de cartulina con las fotos de los que cumplían años.
Aunque me gustaría contar más, no puedo, así que aquí os lo dejo.

Laura Rupérez Saiz    1º ESO D



 MI  PRIMER   DÍA   EN  LA ESCUELA

Empecé  a la edad  de   tres  años   y  fui  a un  colegio  llamado   El  Quirinal  cerca   de mi casa. Tuve  que subir  unas   escaleras   y  la clase   me   pareció  muy    grande. 

Tenía  una   profesora     que   se llamaba  Mari Paz. La clase   estaba   llena   de   juguetes  y  recuerdo   que  había   muchos  niños; alguno   llevaba  chupete  y otros  niños  lloraban. 

Y  ya no  puedo  contar más cosas  porque  ya no  recuerdo nada  más.

Sara Cuetos Graña    1º ESO D


      
PARVULARIO

No recuerdo mucho de mi primer día de colegio, pero, al parecer, iba contento, según me han contado mis padres. También recuerdo el comedor al que iba con mis amigos; la señorita me decía, cuando comía muy lento:
-De uno en uno no se gana España -es un frase que nunca se me ha olvidado.
Recuerdo que el Vicente Alexandre (que así era como se llamaba mi antiguo colegio) tenía un gran patio y estaba separado en dos edificios, que eran: el de Primaria y el de Infantil. Había un huerto en el que un día vi llegar a unos niños mayores con cactus para plantarlos,
Lo que me gustaba mucho es que casi no hacíamos excursiones, pero se hacían actividades. La que más me gustó fue la de un mercado que hicimos. Os la narraré: nos habían mandado traer envases usados al colegio y la gente ponía puestos y tú tenías que ir a comprar, con dinero de juguete, lo que te mandara la profesora.
Al terminar 2º de Infantil, me vine  a Avilés por motivos de trabajo de mi padre.
En el colegio al que fui, el Palacio Valdés, no conocía a nadie, pero me sentaron al lado de Sergio.¿Quién iba a pensar que me encontraría con él en el instituto yendo él a otro colegio? Lo que me gustaría contar es que el primer día le acribillé con preguntas como: ¿Cuándo llega mi madre? ¿Cuándo acaba? 
Y así finalizó infantil.

Miguel Sacristán de Frutos   1º ESO B



Mi primer día en la escuela

En mi primer día de parvulitos no lloré porque ya estaba acostumbrada a ir a la guardería. Al contrario, en vez de llorar y quedarme con mi madre, en cuanto llegamos me fui con los demás niños; a algunos ya los conocía.
            Me encantaba ir a pasármelo bien al cole con mi profe Inmaculada y con mis compañeros. Iba a la clase de los ositos y rápidamente me hice amiga de Nuria R., Nuria S., Rubén, Diego y Eva.
            En parvulitos fuimos tres veces a la granja escuela, una en cada año. Lo que más recuerdo de aquella granja es que plantábamos cosas en los plásticos de los yogures y que había un burro que se llamaba Platero… ¡ah!, y que una vez lloré porque había para comer macarrones y a mí no me gustaban. Según mi madre, también hacíamos bollos de pan y los traíamos a casa, pero yo no me acuerdo de eso.
            En “mandilón verde” se nos unieron unos cuantos niños de la clase de los canguros.

Aida Palacio García    1º ESO A




 MI  PRIMER DÍA DE COLEGIO

El día antes  de empezar el colegio  por la tarde, yo estaba muy contento  porque creía que,  cuando estabas en  el  colegio, ya   te  hacías mayor, porque yo siempre quise ser mayor para poder  ir  solo  por  la  calle,  comprarme cosas yo, ya  sabéis, todas esas  cosas  que solemos hacer los mayores. Pero, claro, lo que no sabía yo es que ser mayor tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, pero... bueno.
Me fui a la cama  muy contento; sin  embargo, por la noche estuve muy nervioso y por  la mañana aún más. Luego ya fui al cole con mi padre y, si no recuerdo mal, llevaba una mochila con un juguete y una botella con limón  y coincidió  que ese día  estaba la TPA y ,entre muchos niños, me entrevistaron a  mí y a mi padre, y a mí me preguntaron si estaba nervioso y yo me puse más  nervioso todavía.Yo estaba contento.
Mi  profesora se llamaba Mercedes. Admito que hubo momentos que los pasé un  poco mal porque  no estaba acostumbrado a estar en el cole, pero luego  me acostumbré y lo llevé mejor. 

Javier Fanjul  Chimeno    1º ESO B









martes, 17 de diciembre de 2013

Poesía

Este es el primero de los poemas escritos por el alumnado de 1º de ESO:

Estados de ánimo

Unas veces me siento
como sol ardiente
y otras como sombra
desolada y fría.

Unas veces me siento
como margarita sola
en un bosque verdoso
y en otras como árbol.

A veces uno es
mar continente
entre llanuras.

Pero hoy me siento apenas
como cielo azul
con fuerte esplendor
de rayos y tormentas.

                                   Carlos Inclán García (1ºD)


sábado, 7 de diciembre de 2013

Otros vídeos de las variedades de la lengua


Aquí podéis ver los vídeos que fueron grabados en otros grupos de 1º de ESO, similares a los que subimos en una entrada anterior, como ejemplo de las diferentes variedades lingüísticas que podemos utilizar los hablantes: 

























sábado, 9 de noviembre de 2013

Textos premiados en el Concurso Literario 2013

   
El viajero del norte
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                                                                       Alba Matilla Iglesias

   La primera gota de agua se estrelló contra el asfalto; un segundo más tarde, un chubasco cubrió el aeropuerto y sus alrededores. La gente corría de un lado a otro, entrando y saliendo de puertas, gigantescos animales de metal... Yo esperaba sentado a que viniera a recogerme mi “nueva familia temporal”, como decía mi hermano Yotak. En los últimos diez días habían pasado un montón de cosas, tantas que hasta ahora no había tenido tiempo de pararme a pensar lo que estaba pasando, así que empecé a ordenar mis pensamientos.

   Todo empezó cuando yo estaba camino del “Bronlewe”, una fuente de agua que se encuentra a unos cuantos kilómetros de las Dunas. Acerca de este manantial hay multitud de leyendas, desde que tiene poderes curativos hasta que en ella corre el veneno de un pérfido monstruo de las arenas... Lo que seguro que es cierto es que es el único suministro de agua en 40 kilómetros a la redonda del poblado. Aquella mañana salí con el sol, porque desde que se partía al Bronlewe hasta que se volvía transcurría poco menos de un día, si se iba a paso ligero. Los hombres de la tribu estaban de caza, y las mujeres hacían otras labores en las chozas. Los niños de nuestra comunidad no íbamos al colegio; el más cercano está en Tarmenghest, a 60 kilómetros de la periferia del Sáhara, y si fuéramos tardaríamos dos días en volver a casa. El caso es que cuando había recorrido unos pocos metros desde mi salida, Guipu, el más rápido de los niños de la tribu, vino corriendo hacia mí con un mensaje importantísimo. “¡Un blanco, - exclamaba – ha llegado un blanco al poblado con noticias!” ¡Un blanco! ¡No aparecía uno en casa desde meses! Guipu y yo nos apresuramos para no perdernos ni una palabra del extraño visitante, pero por mucho que machacamos nuestras piernecitas, cuando llegamos al poblado ya todas las mujeres repetían entre si la noticia del recién llegado. Me detuve a contemplarlo: en efecto, tenía una piel pálida, casi del color de la arena. No era muy alto en comparación con los demás, y su cabello era dorado como la melena de un león. Lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. Azules, como el cielo. ¡Qué criatura tan curiosa! Me enteré de que su pueblo pretendía llevarse a un joven un verano al Norte, fuera de las fronteras del desierto, para que pudiese ver cómo es la vida allí y viviera una experiencia diferente. Le acogería una familia suya durante un mes. Luego volvería a casa. Las mujeres y los pocos cazadores allí presentes no pusieron ninguna objeción, puesto que la tribu de los Vanjerdrok teníamos una estrecha relación con el pueblo de los blancos: nos daban comida en épocas de escasez, agua en periodos de calor abrasador en las Dunas y utensilios como prendas, cuchillos, medicamentos... Ningún niño parecía atreverse a abandonar las Dunas, así que me presenté voluntario, muy entusiasmado. 

   Una semana después, me encontraba acurrucado en un banco, esperando a que me recogiera una familia que ni siquiera conocía. ¿Y si era todo una broma? ¿Y si no iba a aparecer ningún blanco que mediera cobijo? Por suerte, estaba equivocado y mi espera finalizó cuando una mujer alta de pelo color bronce salió de uno de esos “bichos” y corrió hacia mí, preguntándome:

   -¿Tú eres Unai?

   Asentí con la cabeza. En su rostro pálido se dibujó una amplia sonrisa, y prosiguió:

   -Encantada, yo soy Mariè Claire, pero puedes llamarme Mariè. Voy a ser tu nueva madre durante una semana. ¡Vamos! Mi marido Piérre nos espera en el coche.

   ¡Así que esos enormes animales metálicos eran “coches”! Casi sin darme cuenta, salí corriendo hacie mi coche, y casi me lleva uno por delante. Mariè gritaba por detrás que tuviera cuidado y acto seguido me cogió de la mano hasta colocarme en el interior del coche. Para mi sorpresa, el asiento era blando y confortable, casi como una cama de hierbas bien mullida. Piérre, que se sentaba delante, saludó con otra sonrisa. Llevaba una especie de círculo giratorio en las manos. También había un sin fin de palancas, botones... ¡Desde luego era un animal extrañísimo!

   Mirando por los ojos del animal (Mariè me explicó que se llamaban "ventanas") veía multitud de estructuras y paisajes sin ningún sentido para mí. Los coches cabalgaban con mucho orden encima de unas líneas blancas en el suelo. A veces se oía un “piiii”, yo deduje que era una especie de comunicación entre ellos. Otra cosa que me sorprendió mucho es que... ¡estaba lloviendo, y no parecían prestarle ninguna importancia a las gotas de agua que chocaban constantemente contra las ventanas! Solo había visto esa escena una vez en las Dunas; ese día fue uno de los mejores que recuerdo, desde entonces he soñado con volver a ver la lluvia, que me mojara la piel, que me empapara la cara... Sin embargo, la gente que caminaba al lado de los coches llevaba una especie de techo portátil para evitarla.  Mariè me preguntó en el viaje que qué tal lo había pasado en el avión. Por lo visto, un avión era otro de esos animales metálicos, pero este era un pájaro: volaba más alto que las nubes con muchísimos pasajeros en su vientre. Le respondí que bastante raro. En efecto, me había sorprendido tanto que no me salían palabras con las que describir la sensación de estar a kilómetros del suelo. Le expliqué que me agarré lo más fuerte que pude a unos barrotes que salían del asiento, por miedo a que el pájaro hiciera un tirabuzón repentino. Mariè soltó una carcajada al oír esto, no se por qué.

   A medida que avanzábamos, el camino se estrechaba, y se podían ver las casas más extrañas que haya visto en mi vida. Eran tan altas que parecían tocar las nubes, y dentro de cada una vivían muchas personas. Mi “vursoke” (que en mi tribu significa “cuidadora”) las llamó “pisos”. Aprendí también qué era un semáforo, y un paso de cebra, y una tienda, y... Jamás me había sentido tan emocionado de ver tantas cosas nuevas. Al fin, llegamos a una casa baja de color naranja chillón, rodeado de plantas de un verde intenso. También tenía muchos adornos, pero les presté poca atención; por hoy ya me había sorprendido suficiente.

   Entramos a la casa impacientes, y antes de que me diera tiempo a observar mi nuevo hogar, Mariè chilló:

   -¡¡¡Anne, ya está aquí el chico saharaui, ven a conocerlo!!!

    Al momento, una chica de más o menos mi edad, alta y un poco gorda bajó a trompicones por unos tablones de madera que conducían a la planta superior, que por lo visto se llaman “escaleras”. Me dedicó una sonrisa de mala gana y al ver este comportamiento, Mariè tiró de ella hacia una lugar aparte y la oí regañar:

    -Hija, por favor, vas a aprender muchas cosas de él, va a ser una experiencia interesante para todos, ¡alegra esa cara y sé educada con Unai!

   -Joder, mamá, ya te lo dejé claro antes, no me da la gana de meter a un negro en nuestra casa...

   Pierre me acompañó a lo que sería mi nuevo dormitorio. Quedé maravillado ante la inmensidad de la vivienda. ¡Y pensar que mi choza era mucho menos de la mitad, construida con grandes hierbas y compartido con 6 de mis hermanos! Por lo visto era un trastero, y Piérre me pidió perdón por no ofrecerme una habitación de verdad, puesto que Anne no había cedido a compartirla. Ni falta que hacía perdonarle, aquel trastero era lo más grande que había tenido nunca para mí solo. Un rato después, la vursoke nos avisó de que la cena estaba hecha. Pensé que habría ido a cazar algún animal en los alrededores, y ahora nos tocaría despellejarlo y quitarle los huesos; pero todo fue muy diferente. Comíamos sentados alrededor de una mesa, y debíamos utilizar unos instrumentos rarísimos para cortar y pinchar la carne. El recipiente de cerámica en el que iba servido la comida iba acompañado de alguna que otra verdura. Antes de atreverme a pensar que Mariè había hecho un largo viaje para traernos la carne y las verduras, pregunté dónde las había conseguido para que estuvieran tan frescas y sabrosas. La vursoke se rió tan risueña como siempre, y me contó que la comida ahí se conseguía en “supermercados” donde se cambiaba la comida por “dinero”. Como no sabía qué era el dinero, Mariè me enseñó un trozo de papel arrugado verde y con muchas inscripciones, y una chapa de metal oscuro con un dibujo. ¿En serio eso valía más que todos aquellos alimentos? No lo comprendía. Mientras conversábamos y yo aprendía a coger el cuchillo y el tenedor, Anne permanecía inmóvil en su silla, con los ojos clavados en un cacharro blanco y rectangular con el dibujo de una manzana mordisqueada por detrás. 

   -Anne, por favor, no uses el móvil cuando estamos en la mesa.

   -No tengo hambre -dijo a la vez que se levantaba de la silla moviendo los dedos con rapidez.

   -¿Y vas a dejar toda esa comida ahí sin tocar? -pregunté atónito, puesto que en las Dunas aquel plato hubiera sido devorado hasta el último trozo.

   Como respuesta, Anne cogió su plato y tiró el contenido a una bolsa y dijo: “Ya ves”. Atraído por la curiosidad, miré el interior de la bolsa, aunque Piérre me había dicho que todo lo que había allí estaba en ese lugar porque era inútil. ¡Montones de comida sin acabar aparecieron ante mis ojos! ¿Cómo puede ser que en mi tribu haya tantas temporadas sin nada que comer, cuando a los del norte les bastaba con ir a ese supermercado para llenar sus estómagos, y encima luego desperdiciaban más de la mitad de la comida que compraban? Todo lo que me había cautivado el Norte al principio, ahora me iba disgustando poco a poco.

   Después de la cena decidí irme a dormir y aclarar un poco la mente. Habían pasado tantas cosas ese día... Y todo era muy diferente a las Dunas. Allí éramos felices, eso sin duda, pero no se puede negar que seríamos más felices aún si viviéramos con las necesidades aseguradas, con la certeza de que al día siguiendo íbamos a seguir vivos. Aquí, sin embargo, viven como si la muerte les fuera indiferente, como si no les importara morir mañana o dentro de 50 años y tiran las cosas usadas como si nadie las fuera a necesitar... Me dormí sumido en un mar de preguntas, a las que pronto encontraría respuesta.

   A la mañana siguiente, Mariè me despertó para anunciarme que debía ir al colegio y que me apresurara si no quería llegar tarde. “¿Llegar tarde? ¿Qué más da llegar antes que después, si sabes que vas a llegar de todos modos?”, pensé. La respuesta a mi pregunta estaba colocada en la pared o en la muñeca, tenía forma cuadrada o redonda, números del 1 al 12 y agujas. Probablemente, el “reloj” sea de lo que más odie del Norte. Anda controlando la vida de los blancos, que siempre parecen estar ocupados porque el reloj les dice que de tal hora a tal hora deben estar en un determinado lugar haciendo una determinada cosa. ¡No saben vivir y esperar a que las sorpresas hagan todo más interesante! En las Dunas, nuestra única medida del tiempo es el Sol y las estrellas, y nosotros mismos.

   Cuando la vursoke me mencionó el colegio, nunca imaginé que llegaríamos en 20 minutos a pie. Fuimos acompañados de Anne, que no dejaba de mirarme con asco. Aquella niña caprichosa me empezaba a caer mal... ¡y eso que yo no le hacía nada! Por desgracia para mí, los otros niños del colegio no actuaban demasiado diferente. En todos lados oía cómo me gritaban “¡Negro, negro!” y se reían. “Sí, y vosotros sois blancos, y no ando gritándolo porque hasta un tonto se daría cuenta”, pensaba. El transcurso de las aulas se me antojó horrible. Yo había ido muy pocas veces antes al colegio, cuyas clases consistían en unos pequeños cuartuchos sin mesas y un montón de papeles, roídos por el tiempo, donde escribir. En cambio, allí dotaban de todas las tecnologías que se pudieran imaginar. Y los alumnos no dejaban de hablar e interrumpir a la profesora, como si no les interesara lo que decía. ¡Pero cómo no les va a interesar si les están enseñando cosas para cuando el día de mañana las necesiten saber! ¡Y aun así desperdician las clases! Más de una vez les pregunté por qué venían al colegio además de para fastidiarles las clases a los demás, ellos, tras multitud de risas e insultos respondían “Porque me obligan”. Y yo no podía pensar en otra cosa más que tenían el cerebro del tamaño de un grano de arena.

   Mi estancia en el Norte duró apenas un mes, pero a mí se me hizo eterna. Echaba de menos las Dunas, en todo momento. Cuando mi vursoke conducía el coche entre el ruidoso tráfico de la ciudad, recordaba la brisa sigilosa que revolvía las montañas de arena y en apenas segundos todo el panorama había cambiado, y sin el más mínimo ruido. Si me sentaba en la mesa a comer, mi mente se invadía de las conversaciones alegres de la tribu y las aventuras trepidantes que contaban los cazadores. A veces las echaba tanto de menos que me escabullía al tejado de la casa y me hacía un ovillo llorando, regañándome a mí mismo por no ser tan fuerte como esperaba. En estos momentos dirigía la mirada al cielo en busca del consuelo de las estrellas. Pero lo único que encontraba era una oscuridad vacía, que al mirarla, daba la sensación de que estaba ciego.

   El día de despedirme del Norte llegó, y yo estaba muy contento y lleno de historias que contar. De alguna manera me sentía un sabio, porque ni los más antiguos “towenaar” (ancianos de la tribu) habían pasado las fronteras de las Dunas.

   Después de muchas horas de viaje, pronto estuve encima de la arena dorada de las Dunas y un soplo de viento me acarició las mejillas a modo de saludo. Una lágrima de felicidad cayó al suelo, y se perdió para siempre entre la arena infinita. Por mucho que cambien las formas de las montañas de arena, el desierto nunca será un misterio para mí. Lo conozco como la palma de mi mano y cuando el sol se oculta y ya no me sirve de orientación, las estrellas lo reemplazan. Por eso llegué al campamento en apenas dos horas. Es verdad que este cambia de ubicación con las propias Dunas, pero cualquier Vanjerdrok sabría a dónde dirigirse solo guiándose por el alma. Al llegar, cien ojos brillantes se volvieron hacia mí con emoción. Es verdad que los ojos de los blancos son preciosos; es más, podría pasar años contemplando los ojos de Pièrre, que tenían el color de un día lluvioso, pero no hay nada como la mirada de un Vanjerdrok. Al instante estuve rodeado de risas, gritos, lágrimas de alegría, preguntas nerviosas... hasta que Son, el towenaar más sabio de la comunidad, pidió silencio y articuló lentamente:

   -Unai, cuéntanos tu viaje al norte.

   En un principio mi respuesta fue un largo silencio. No sabía por dónde empezar, hasta que Guipu comprendió lo que me pasaba y comentó:

   -Debe de ser un lugar fabuloso, mucho mejor que este.

    -En absoluto, Guipu –empecé mi explicación-. Es verdad que allí los blancos tienen todo lo necesario y mucho más para vivir; los niños van todos los días a la escuela, y dicen que van “obligados” y casi todos ellos en su vida no han pasado ni un día sin comer, solo van a un sitio que se llama “supermercado” y allí intercambian la comida por unos cuantos papeles con el nombre de “dinero”. Pero este dinero que les da la vida, también les hace avariciosos y egoístas. Siempre quieren tener más, y cuando ya lo tienen, no es suficiente. Sus únicas ambiciones se basan en un estudio, un trabajo, ¡lo que sea! Pero solo para conseguir el dinero. Y lo peor es que, a pesar de que jamás sufren por hambre o porque les ataque un animal, no son felices, las sonrisas son muecas extrañas en los rostros de la gente.

   -¿Y cómo puede ser que ellos que lo tienen todo no sean felices, y nosotros que no tenemos nada, si lo seamos?- inquirió un cazador joven.

   -No son felices porque se han olvidado de vivir. Cada momento está calculado: a tal hora tienen que estar en tal sitio, no pueden hacer esto ni lo otro, se debe ir siempre por tal lugar, siempre quieren saber qué tiempo va a hacer el día siguiente... Hay tantas reglas en esa sociedad que se olvidan de los pequeños placeres de la vida. Hablan de tristeza cuando están devorando una deliciosa comida. Lloran cuando están dentro de una casa gigantesca en la que pueden dormir sin pasar frío. Dicen que su vida es un asco cuando lo tienen todo y más. Es por eso que ellos son mucho más pobres que nosotros... ¡Solo tienen dinero y un montón de cosas materiales, en las que buscan cariño y jamás lo encuentran! Nosotros tenemos muchas cosas más: aventuras, emociones, historias, juegos... Es por eso que las Dunas es un lugar infinitamente más bonito que el Norte.

   Durante esa noche me rogaron que les contara cómo era el mundo fuera de las Dunas. Y durante la siguiente noche, y la siguiente también. Me empezaron a llamar el “kazaribu”, que significa viajero del norte. Muchas veces me preguntaron si volvería al mundo de los blancos. Entonces miraba al cielo estrellado y recordaba aquella bóveda de infinita oscuridad en el norte, y les respondía:

   -Las Dunas son mi hogar, y las estrellas mis guardianas. Jamás las volveré a abandonar.




El chico de los aviones
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                                                                               Ana Santos Núñez

Quiero volar. Volar. Ése es mi lema. No tiene nada que ver con un anuncio de Redbull o el eslogan de un banco. Para mi es literal. Me apasiona pilotar la vieja avioneta YV615 blanca de mi abuelo. Me gustaría hacer algo más grande algún día,pilotar un avión de pasajeros o una avioneta nueva y moderna como las de ahora. Pero no me dejarán. Es más, si algún día la avioneta del abuelo se estropease, mi contacto con los aviones quedaría reducido a mis juguetes de cuando era niño. Todo cuesta dinero, por eso me dicen que no vale la pena luchar, que dicen que no vale la pena luchar, que esto es un hobby, un pasatiempo y no una vocación. Me lo dicen todos, todos menos mi abuelo <<Haz volar este cacharro y serás libre como el viento>> me decía enseñando su diente de oro. Ahora que no está, nadie en la familia quiere que estudie aviación. Mis padres han reunido el dinero justo para que vaya a la universidad, quieren que estudie derecho y que me vaya a una gran ciudad a probar suerte. Pero no quiero dejar la granja, ni la avioneta.No quiero cumplir con todos esos planes que han hecho para mí. Si lo hago cuando vuelva la avioneta será un montón de chatarra inservible y no volverá a volar. Algunas personas están hechas para ser libres, yo soy una de ellas.

Cierro las manos sobre el volante, tapizado en cuero marrón. El cuero es suave y está caliente, quema. El abrasador sol de agosto lo ha ido quemando hasta que algunas partes se han levantado, dejando a la vista un material negro y firme. Contemplo la granja desde mi asiento, también tapizado en cuero marrón. Hoy voy a ser libre.

Pongo en marcha el motor y me concedo un minuto para oír cómo ruge. Cierro los ojos, y cuando el olor de la gasolina llega hasta mi, los abro. Acciono dos palancas gemelas y quito el seguro. El aparato empieza a rodar. Es un momento crucial, cuanto más vieja es la avioneta, más me cuesta despegar y este trasto tiene muchos años.

Distraído, pienso en el avión que mañana me llevará a la universidad. <<Yo no soy pasajero, soy piloto>> digo en voz alta tirando del volante hacia mi y haciendo despegar el aparato a la primera.

Unos minutos después el incansable viento azota mis rizos salvajes sin pausa. Voy a toda velocidad. Corto algunas nubes bajas y esponjosas atravesándolas con la avioneta. Y grito. Grito para que me oigan, para que se enteren de que esto es mi vida, para que sepan que yo debería ser un águila.

Sobrevuelo bosques, prados y ciudades hasta que pierdo la noción del tiempo. Sólo recuerdo la hora que es cuando un agudo pitido me avisa de que el depósito está vacío y la avioneta comienza a fallar. Tengo miedo e intento arrancarla de nuevo, pero es inútil, ya voy planeando. Estoy a mucha altura, la caída tardará unos minutos. Serán eternos. Aquí no hay caja negra, no hay boli ni papel. Nada con qué despedirse. Mi destino está sentenciado. Decidido a aceptarlo sin miedo, me seco una lágrima que se resbala por mi mejilla y rezo. Rezo para distraerme, para distraerme porque no puedo dejar de pensar lo violenta que será mi muerte. Quizá mis padres consigan que la universidad les devuelva el dinero. Quizá les den una indemnización. Quizá utilicen el dinero para pagarle la universidad a mi hermano. Quizá su suerte cambie y las cosas les vayan mejor. Quizá...

Pierdo altura vertiginosamente. Por lo menos podrán decir <<Ese chico murió haciendo lo que amaba>> Sí, dirán eso y seré un héroe. Si sigo descendiendo así me estrellaré contra otra granja. Tengo que desviarme. Estoy tan cerca que puedo distinguir la granja, es la de Toni, un amigo de mi padre. Tiene tres hijos.

Tiro del volante todo lo que puedo, pero hace tiempo que planeo y no tengo control alguno sobre el aparato. Puedo soportar mi muerte, pero no el destrozar una familia por un fallo mío. Por no comprobar el depósito. Balanceo todo el peso de mi cuerpo hacia la derecha. Todo a la derecha. Un leve desvío de la avioneta hace que toda ella vire. Evitando así la granja. Estoy prácticamente boca a bajo. Si tenía alguna posibilidad, ya no la hay. Pero he sorteado la granja y eso es lo importante. Sonrío y cierro los ojos esperando el impacto. Pero éste no llega y no me quedan fuerzas ni tiempo, para ser fuerte. Llamo a gritos a mi madre, a mi abuelo. Ya no grito para ser libre. Al poco se me quiebra la voz y no puedo gritar. Susurro un débil y frenético gracias a mi familia y amigos por todo lo que han hecho por mi. Por soportar al chico de los aviones. El impacto llega y me estrello contra un prado vacío.

Un golpe brusco en la cabeza. Veo borroso y oigo mucho ruido amortiguado. Y, ahora, nada. Unos puntos rojos que aumentan y disminuyen mientras bailan por el horizonte de mi visión sustituyen a las imágenes borrosas. Aturdido cierro los ojos apretándolos. Me cuesta pensar, lo hago con demasiada lentitud y es agotador. Cuando los abro los puntos se mueven más rápido y oscilan entre el rojo y el morado. Comienzo a oír pitidos y no sé qué pasa. Sigo así unos minutos hasta que ya no puedo pensar, ni rápido ni despacio, y me cuesta recordar. Sólo siento un dolor agudo, pero carece de importancia. Saboreo el férrico saber de la sangre resbalándose por mi garganta y luego, poco a poco, todo acaba. No veo nada, no siento nada. 

Absolutamente nada.




Sin título
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                                                                   Andrea Lara Robledo



Son 6:15 de la tarde. Suena la sinfonía de su teléfono, es Flor.

-Hola, ¡nena!

-Hola, llegas tarde.

-Lo sé, nena, lo sé. ¡Pero mejor tarde que nunca!

-Bueno lo que tú digas, ¿cuándo llegas?

-5 minutos, nena, ¡no tardo más!

-Vaaale, ¡pero si tardas más no espero por ti!

-Voy volaaaaaaando, chao, un beso.

-Chao, un besín.

Lara se levanta de la cama y enciende el portátil. Abre la carpeta en la que tiene toda la música. Hoy opta por McFly. Comienza a sonar "Hypnotised". Se mira al espejo, tiene que estar perfecta. No le convence esa camiseta, pero no tiene ganas de volver a poner su armario patas arriba, así que decide navegar por Internet. Enciende su Twitter, ¡un nuevo seguidor! Ya no lo usa tanto como lo usaba antes, que extraño que tenga un follower. Abre su perfil. Es un tal Mario Fuentes. Mira su foto y la verdad no está nada mal, pero como no lo conoce de nada no lo sigue. Suena una nueva canción, el modo aleatorio pone"American Idiot" de Green Day, perfecta para animarse antes de la fiesta. Abre su Tuenti, tiene una nueva notificación. Una nueva petición de amistad del mismo Mario Fuentes. No lo acepta pero tampoco lo ignora. Prefiere dejar la música e irse a mirar otra vez al espejo. Nunca se había mirado tanto, está muy nerviosa. Pero es la primera vez que va a ir de fiesta, y aunque tiene muchas ganas y le han contado que es genial, tiene miedo. En realidad no tiene miedo tiene muchísima vergüenza al imaginarse un lugar lleno de chicos y chicas bailando y conociéndose, solo de pensarlo le tiemblan las piernas. Lara es demasiado tímida, nunca ha salido con un chico, aunque algunos le han pedido, pero no es capaz a contestarles. 

Suena el timbre de la casa.

-¿Sí?

-¡Te lo dije! ¡Cinco minutos! Ni uno más ni uno menos.

-Así me gusta, florecilla.

-¡Ya sabes que odio que me llames así! Bueno, ¿subo o bajas?

-Mejor vete tú, que me duele la cabeza, si eso vamos juntas otro día, ¿vale?

-No, señorita no, ya me he tragado esa excusa tres veces, ¡hoy vas aunque sea a rastras!

-Por favor, tía. no me hagas esto, no estoy preparada.

-¿Que no estás? ¡Llevas tres sábados diciéndome lo mismo! Así que o bajas ahora o subo yo y te arrastro hasta allí, tú verás.

-Bueno, dame dos minutos, ahora bajo.

-Voy a poner el cronómetro de mi móvil, ¡como en dos minutos no estés abajo subo yo!

-¡Que sí! 

Cuelga el telefonillo y vuelve a su habitación, coge el móvil, la cartera y un pañuelo, no le hace falta bolso. Se despide de sus padres y baja en el ascensor. Se abre la puerta y aparece Flor:

-¡Ya iba a subir!

-¡Pero si no ha pasado ni un minuto!

-Pues según el cronómetro de mi móvil han pasado tres.

-Lo que tú digas, ¡qué guapa estás!

-¡Y tú! Pero pareces una monja, ¡no enseñas nada!

-Ya sabes que no me gusta llamar la atención. Además no me queda bien, ya sabes.

-Joder, tía, siempre igual. ¡Estás buenísima!

-Como digas otra chorrada más me voy a casa.

-No es una chorrada, soy muy sincera, pero quiero tener la noche tranquila, así que vamos a picar ya a Elvira que llegamos media hora tarde.

Salen del portal, hay unos chicos de su edad, bastante arreglados que también parecen ir de fiesta. En cuanto se fijan en ellas las empiezan a halagar. A Flor le encanta que le halaguen, así que les complace con una sonrisa, pero Lara empieza a enrojecerse, y solo piensa en esfumarse de allí. Flor se da cuenta en intenta ayudarla agarrándola del brazo. Pero en cuanto Lara nota el contacto, empieza a andar cada vez más rápido, a lo que Flor la agarra un poco más fuerte y le susurra unas palabras al oído para que se tranquilice. Ella respira hondo e intenta relajarse. Se tiene que acostumbrar a eso. Cinco minutos más tarde llegan al portal de Elvira, que baja al minuto, está ansiosa por ir a la discoteca. 

Después de saludarse Elvira se fija en Lara, está muy pálida, y hasta juraría que está temblando.

-Tía, tranquila, no es tan malo como piensas, es un sitio en el que vamos a conocer gente y divertirnos, no tienes que ir para pasarlo mal -le dice Elvira con voz suave y calmada.

-Pues me voy para casa, ya sabéis que soy muy vergonzosa, el conocer gente no me gusta nada, me muero de vergüenza, sé que para adolescentes como nosotras tiene que ser divertido pero hay gente que está destinada a ser una marginada social, como yo.

-Anda, no digas tonterías, tú eres una persona genial, y sí, eres tímida, pero cuando te conozcan de verdad y pierdas la timidez, no dirás lo mismo -le dice Flor intentando animarla.

-Bueno, yo me voy, en serio no puedo -dice Lara con un hilo de voz tembloroso.

-Mira, no te voy a arrastrar hasta allí como haría Flor, pero sinceramente es una pena que te quedes en casa pensando lo que podría haber sido en vez de comprobarlo por ti misma. Puedes probar, y si no te gusta no vuelves o pruebas en otra discoteca, y que sepas que Flor y yo siempre te apoyaremos en todo lo que hagas -le dice Elvira a Lara.

-Muchas gracias, chicas, de verdad, no sé qué haría sin vosotras -comenta Lara un poco emocionada.

-Anda, tía, no te pongas sentimental, ¡vamos a pasarlo bien!

Igual ellas creen que es un poco exagerada, pero a decir verdad no sería nada sin ellas. A veces piensa cómo pueden aguantarla, ellas tienen algo especial que las hacen increíbles.

La tercera parada está dos calles abajo, la casa de Bruno, el novio de Flor. Antes de llegar Flor saca el móvil y escribe un mensaje a Bruno, pero no un mensaje normal, un mensaje empalagoso, lleno de corazones y “te quiero”. Cinco minutos más tarde cruzan la esquina y ven a Bruno apoyado en la pared mirando el móvil. 

-¡Hola, chicas! ¡Vaya guapas que estáis todas!-exclama Bruno muy eufórico.

-Muchas gracias, pero está claro que te gusto más yo -dice Flor con un poco de celos.

-¡Por supuesto! Tú eres la flor más bonita de todas.

-Oye, pero...

Y antes de que pueda hablar y replicarle se funden en un beso.

Quince minutos más tarde llegan a la discoteca; Flor, Bruno y Elvira, con muchas ganas de divertirse, en cambio Lara, está temerosa. Llegan a la entrada, les enseñan sus carnets y entran sin problema. Lara mira al frente y divisa un pasillo y, al final, una puerta, la entrada a la discoteca. Flor, Elvira y Bruno aumentan el paso, en cambio Lara lo disminuye. Elvira se percata de que Lara tiene miedo, así que también disminuye el paso y deja que Bruno y Flor entren.

-Cielo, tranquila, no tienes que temer nada.

-Si lo sé, pero creo que no estoy hecha para estas cosas.

-Vamos a entrar y así lo averiguamos.

Elvira se adelanta cinco pasos y abre la puerta, y cuando mira hacia atrás ve a Lara boquiabierta. La agarra de la mano y tira de ella hacia dentro. Hay de todo, una barra para pedir bebida, sillones, una pista de baile, música a todo volumen y hasta un DJ. Elvira arrastra a Lara hacia la pista de baile y empieza a bailar. A Lara le da un poco de vergüenza y se balancea un poco, pero poco a poco va cogiendo confianza y baila con más ganas. Diez minutos más tarde se acerca un chico a Elvira, ella se gira hacia el y al comprobar que es bastante guapo le sonríe y comienzan a bailar juntos. Lara ve a un chico que la está mirando. Como no quiere nada con nadie se da la vuelta. Aparece otro. Le está empezando a entrar el pánico. Se gira otra vez y ve al chico de la primera vez acercándose hacia ella. Está hiperventilando y sin pensarlo dos veces comienza a correr hacia la salida. Tropieza con pies pero no se gira ni a disculparse, solo quiere huir de allí. Ya en la salida ve un poco más lejos un bordillo, se sienta y comienza a llorar. Llorar por su estúpida timidez que le impide hacer muchas cosas. Oye unos pasos y ve una sombra en el suelo. Esa sombra se sienta a su lado. Lara respira hondo y se quita las lágrimas para ver quién se ha sentado a su lado.

Le mira, la mira, por fin se han encontrado. Dos insignificantes motas de polvo dispersadas por el mundo ya han encontrado su lugar, juntos. Su cara angelical se ilumina por momentos, la está viendo, es ella. Trata de encontrar palabras para describir lo que siente, pero no puede, y es que no hay palabras para describir tanto. Sin pensarlo dos veces la abraza. Se fundieron en un abrazo tierno, lleno de pasión, ambos desearon alargar ese abrazo sin límite de tiempo. Al separarse, una cálida lágrima brotó de aquel ojo verde menta. Una lágrima llena de angustia, quizá de amor, de haber encontrado su amor. Él dulcemente deslizó su dedo sobre su piel. Al quitarle aquella lágrima, supo que estaría con ese chico el resto de su vida. 

Ese día empezó un nuevo capítulo en sus vidas, un capítulo que ninguno quería que terminara jamás.




Escritores
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                                                                Ángela Martín Carranza


Ser escritor no es fácil.

Por mucho que nos empeñemos en hacer ver esto a la gente normal, nunca lo conseguiremos. Nunca lo entenderán, porque ellos no son escritores. Creen que escribir es solo coger una hoja y empezar a poner frases en ellas. Vamos a probar: “Mi estuche es rosa” “Mi gato se llama Misifú” “Quiero una casa grande”. Queridas personas que pensáis que eso es ser escritor, siento decepcionaros, pero estáis muy equivocados.

Y ahora pensaréis: “¿Qué dificultad puede tener ser escritor?”. Pues muchas. Pero, por encima de todas esas dificultades, está la recompensa que ganas al escribir. No, no es nada material, es mucho mejor. Para que lo entendáis, voy a contaros las diferencias entre un escritor y una persona normal.

La persona normal vive en el mundo real. Ese aburrido mundo en el que no puedes cambiar nada y tienes que conformarte con lo que venga. Las únicas personas a las que conoce son las que están a su alrededor. Los únicos sentimientos que conoce son los que ha vivido. Los únicos sitios que conoce son los que ha visto. La persona normal tiene que esperar a que pasen cosas en el mundo real. La persona normal no ve más allá de lo que sus ojos le permiten. La persona normal no piensa más que en cosas normales, fáciles y, por lo tanto, aburridas. La persona normal es ciega.

El escritor vive en dos mundos: el real y imaginario. Tiene la capacidad de crear un mundo diferente al que ve la gente normal. En ese mundo puede hacer lo que quiera: Aparecen los personajes que él desee, con las cualidades que elija, en el sitio que él quiera, haciendo lo que al escritor le de la gana. El escritor conoce a dos tipos de personas: las que están a su alrededor y los personajes de sus libros. El escritor conoce sus sentimientos y los de sus personajes. El escritor conoce sitios a los que no ha ido. El escritor puede hacer que las cosas pasen cómo, cuándo y dónde quiera en el mundo que ha creado. El escritor está siempre pensando qué hacer en su mundo de fantasía. El escritor puede irse a vivir a su otro mundo cuando no le guste lo que hay en el real. El escritor es capaz de ver.

Aunque no lo parezca, son dos personas distintas. Con vidas distintas, que piensan las cosas de distinta manera. Todo el mundo puede ser una persona normal, pero no todos pueden ser escritores. Es algo que está en ti, no algo que puedes cambiar o decidir a tu antojo. O se es escritor o no se es. Pero en la vida de los escritores no todo es un camino de rosas. Siempre hay ciertas dificultades.

Por ejemplo, pongamos que un escritor está caminando por la calle pensando en lo que hay en su mundo de fantasía, el cual pretende trasladar a un libro. Y de repente se da cuenta de que hay algo que no encaja. Una edad, una persona, un espacio de tiempo, una cualidad... Y entonces el escritor se desespera por unos segundos. Ese mínimo fallo puede suponer tener que cambiar prácticamente todo su mundo imaginario, porque para él tiene que ser lo más realista posible. Pero luego se tranquiliza y ajusta edades, tiempos, personas y cualidades. Y revisa que todo esté en orden. Y se pregunta cómo se le pudo pasar algo tan obvio como una edad, un tiempo, una persona o una cualidad.

Pongamos otro caso. Un escritor está dentro del mundo imaginario de otro escritor. Y os preguntaréis: ¿cómo puede hacer eso? Pues muy fácil, leyendo su libro. Mientras el primer escritor lee el libro del segundo escritor, se le ocurre una cosa. Ha visto algo en el mundo del otro escritor que le gustaría trasladar al suyo, y entonces se pone a pensar cómo puede incluirlo. Cambia cosas, elimina lugares, modifica sucesos... Y hace que su mundo irreal sea mejor gracias al mundo irreal de otra persona como él.

Y también está el problema de los problemas. El que un escritor se va a tener que encontrar muchas veces en su vida. Un problema que puede representarse con una sola palabra, y que asusta a cualquier escritor: la repetición. La temida repetición. Que estés releyendo lo que has escrito y que te des cuenta de que has repetido la misma palabra tres veces en un párrafo. La odiada repetición. Donde más suele aparecer es en dos partes de los libros de los escritores: En los diálogos y con los nombres. En los diálogos, cuando tienes que indicar quién dice cada cosa, lo normal es que pongas “dijo”. Pero no puedes pasarte tres hojas poniendo “dijo”, porque suena muy repetitivo. Así que tienes que utilizar otras palabras como “preguntó”, “inquirió”, “respondió”, “intervino”, “exclamó” o “gritó”. Y hacer que queden bien con el texto no es tan fácil. En los nombres, el problema es obvio. Un personaje solo tiene un nombre, y si quieres decir qué está haciendo o diciendo tienes que repetir muchas veces su nombre. La única manera de hacer que no suene repetitivo es utilizar otras palabras para referirse a la misma persona. Por ejemplo, “mi amigo”, “rubio”, “pecoso” o incluso diminutivos. Hay que estrujarse la cabeza, queridos escritores.

También hay gente que cree que escribir es simplemente ponerse delante de un papel cuando tienes un momento libre, y no es así. La inspiración viene y se va cuando le da la gana, no es el escritor el que decide cuándo escribir. Y uno de los problemas que causa eso es que a veces la inspiración te viene en los peores momentos. Por ejemplo, en una clase del instituto. En mi caso suele ser más habitual que me venga la inspiración en horas muertas como AES, porque en ellas no estás centrando tu atención en nada. Y cuando te llega la inspiración tienes que escribir, como si fuera una necesidad. Pero hay un problema: no tienes ordenador. Afortunadamente, todo escritor que se precie lleva una libreta encima para casos como ese. Esa libreta tiene muchos inconvenientes, pero es lo que hay en ese momento. Uno de los problemas que crea es que como se escribe más despacio a mano que en el ordenador, uno no es consciente de si hace repeticiones en sus textos, y cuando los pasa al ordenador es cuando las ve. También es un problema a la hora de escribir sentimientos o reflexiones, porque es mucho más fácil escribirlos en un ordenador por el tema de la velocidad de escritura. Por eso yo cuando escribo en una libreta siempre lo hago como si fuera un borrador, porque sé que al final, cuando lo pase al ordenador, no voy a dejar igual ni la mitad de lo que he escrito.

Ya no parece tan fácil la vida del escritor, ¿eh?

Pero no todo son problemas. Hay una parte buena, una gran parte buena. Como el escritor es el que decide qué quiere que ocurra en su libro, éste se convierte en su mundo perfecto. Puede evadirse a él siempre que quiera. Y si cree que su historia es muy buena, puede compartirla con otros escritores para que también ellos sean felices leyéndola.

Yo siempre he comparado los libros con habitaciones. Cuando un escritor escribe un libro, tiene que elegir qué muebles (personajes) le va a poner a su habitación (historia). Los ordena, unos más cerca, otros más lejos, estos separados, que aquí haya un hueco... Y crea lo que para él sería la habitación perfecta. Su historia perfecta. Tú puedes pasearte por las habitaciones de muchos escritores y te pueden gustar muchas de ellas. Puede haber una o dos que te enamoren locamente y que creas que no vas a encontrar ninguna mejor, pero la que para ti será la mejor es la que tú construyas. Tú elijes los muebles, tú los colocas, tú pones los colores, tú decides. Así puedes crear una habitación que tenga todo lo que te gusta y todo lo que quieres ver día a día. Y así habrás creado tu historia, tu libro, tu otro mundo.

Así que, queridos escritores, empezar a construir. Cread ya vuestra habitación, historia, libro, mundo o como queráis llamarlo, y sed felices en él. Si alguno de vosotros quiere enseñárselo a otros escritores, que no se prive. Puede generar ideas en esas increíbles cabezas que tenemos. Escritores, escritoras, vivamos felizmente en nuestro mundo, que en realidad es la mezcla de dos.

Y para las personas normales, espero que hayáis aprendido un poco más sobre la vida de un escritor con este corto relato. Nunca volváis a decir que escribir es fácil, porque no es solo el hecho de escribir, es toda la preparación que hay detrás. Respetad a los escritores y no menospreciéis su trabajo.

Y, por qué no, visitad nuestras habitaciones de vez en cuando.